El hombre más peligroso del mundo es el contemplativo no dirigido espiritualmente. Se fía de sus propias visiones. Obedece los atractivos de sus voces interiores pero no escucha a otros hombres. Identifica la voluntad de Dios con cualquier cosa que le hace sentir en su corazón un gran resplandor, cálido y dulce. Cuanto más dulce y más cálido es el sentimiento más se convence de su infalibilidad. Y si la mera fuerza de su propia autoconfianza se comunica a otras personas de forma que le de la impresión de que es realmente un santo, ese hombre es capaz de arruinar una ciudad, una orden religiosa o una nación. El mundo esta cubierto de cicatrices dejadas por visionarios como estos.
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