La contemplación no es el trance o el éxtasis, ni escuchar de repente palabras impronunciables, ni imaginar luces. No es el fuego emocional ni la dulzura que acompañan a la exaltación religiosa. No es entusiasmo, la sensación de ser atrapados por una fuerza elemental y arrastrados a la liberación por un frenesí místico.
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